Tuesday, March 28, 2006

La poética reticular



A partir de sus conferencias en Harvard para las Charles Eliot Norton Lectures, Ítalo Calvino nos dejó a los creadores un legado de poética reticular, que se encuentra bien definida en su presentación:
“…es característico de la literatura italiana considerar todas las actividades artísticas en un único contexto cultural; así pues es perfectamente natural para nosotros que, en la definición de las “Norton Poetry Lectures”, el término de “poesía” se entienda en un sentido amplio, hasta el punto de poder incluir la música y las artes visuales; así como es perfectamente natural que yo, escritor de fiction, tenga presente dentro de esta misma argumentación la poesía en verso y la novela, pues en nuestra cultura literaria la separación y especialización de estas dos formas de expresión y de sus correspondientes reflexiones críticas está menos acentuada que en otras culturas.
“Mis reflexiones me han llevado siempre a considerar la literatura como universal, sin distinciones de nacionalidad, lengua o carácter, y a considerar el pasado en función del futuro. Así lo haré en estas lecciones, pues no sabría hacerlo de otra forma.”
De esta manera, Calvino establece que la verdadera literatura es universal, comprendida como elementos interconectados con las diferentes expresiones artísticas. Así, las seis propuestas, que en realidad son cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad, son aplicables a todas las artes, de manera independiente e interconectada: música y literatura, danza y teatro, cine y pintura, etc.
La obra de este narrador italiano es una red, muy similar a la establecida por el ciego argentino inmortal, con la diferencia de que Calvino sí incursionó en la novela con trilogías comunicadas unas con otras. Así, El Vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente son continuaciones, complementos y anexos unas de otras.
Pero la obra total, valga la redundancia, ya que al apuntar obra nos referimos a la totalidad de una propuesta estética, establece nexos internos y externos en cada texto, es decir, las novelas, cuentos y ensayos se relacionan entre sí. De esta manera se crea la poética reticular: imbricada, complementaria y autónoma.
Quien ejerce de manera real, con compromiso estético y lógico, el oficio de la escritura no se puede abstraer de una poética reticular, ya que cada texto es un piso más en el gran edificio de su obra y tan solo quien toma en cuenta y proyecta esta edificación, con sus pisos y accesos que los comunica, es un verdadero esteta que pervivirá y trascenderá, fin último de las magnas obras creadas por el ser humano.
Existen muchos hombres y mujeres que cometen versos, tomando el lugar común, o que incursionan pálidamente en la narrativa, y que hasta llegan a publicar libros, pero esos textos, que no configuran obra, son como restos de un ladrillo, encontrados en un camino desolado.
Recordemos que La Ilíada y La Odisea, atribuidas Homero, están unidas con la argamasa de los héroes y semidioses que entran y salen de una historia hacia otra, que la complementan y anteceden; en otras palabras, fue el vate heleno quien al fundar el arte literario, creó a la vez la poética reticular.
Luego, los trágicos y los cómicos griegos urdieron la red interconectada entre cada texto representado. Así, pues, Edipo Rey, Edipo en Colono y Antígona son historias entrelazadas, independientes y complementarias.
La obra de Sófocles, Esquilo y Eurípides es reticular y completa, pues sus personajes, situaciones y temas se entrelazan configurando una totalidad. Podríamos realizar una larga enumeración de autores que a lo largo de la historia de la literatura han configurado sus textos como elementos constitutivos de su obra, pero eso se lo dejo a los historiadores y críticos de la literatura, quienes trabajan con obras muertas, mientras que los escritores siempre lo hacemos con materia viva y en constante transformación, como Las Traquinias, Las Bacantes, Madame Bovary, La taberna o Bajo el volcán.
Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad son las características que configuran la obra en este milenio o así es como debe estar construido el edificio estético, según Calvino.
La verdad que estas propuestas son aplicables a todas las obras de arte, no solo a las que se desarrollan en este naciente milenio, sino que son principios de construcción estética que los verdaderos autores han tenido en cuenta, en todos los tiempos, al momento de configurar sus textos y concebir su obra.
Ahora bien, de la totalidad nos concentramos en la particularidad; de la magnificencia del edificio fijémonos tan solo en una ventana y su marco. La ventana es el conducto que comunica la individualidad interna con el exterior totalizador y así ambos espacios se complementan.
El mejor género literario que puede construir un mundo independiente y complementario a la vez, es la novela. Recordemos que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es una composición compleja que se erige por sí sola, pero la obra de don Miguel de Cervantes está construida sobre los cimientos de La Galatea y Los entremeses, que se comunican con las historias que narra y que le cuentan al Caballero de la triste figura.
La novela teje la mejor red individual, pues al desarrollar varias historias satelitales, construye una pequeña y compleja edificación dentro de la gran fortaleza. Así, cada alcázar, calabozo, foso y pasadizo son indispensables y complementan el texto.
En multiplicidad, Calvino le dedica su última propuesta a la novela y la aplica a aquel magnífico relato de dos hombres unidos por su afán de conocer el mundo desde cada una de las posturas y vertientes de la razón decimonónica: Bouvard y Pécuchet.
Flaubert, con sus “hombrecitos”, realiza constantes entradas y salidas de una realidad a otra, a manera de un gran diccionario enciclopédico que pretende abarcar todos los hechos conocidos, la ideas, las ciencias y los nombres, para así aprehender de mejor manera el mundo sensible. Radica en esta novela la concepción de tabularidad que desde siempre ha estado latente en los narradores más concientes que desde su pequeña labor de escribientes pretenden romper las cadenas de las logicidad lineal y aristotélica.
En Bouvard y Pécuchet, el desengaño y la ilusión son constantes con el descubrimiento y agotamiento, respectivo, de cada ciencia, técnica e idea; entradas para comprender el mundo en el que viven los personajes y forma de explicar y ridiculizar a aquellas tendencias coyunturales que tienen la vida de una bengala, pero que también sirven de fundamento para ahondar en conocimiento.
La causalidad no es única ni tampoco lineal, por ello Calvino se preocupa de esta forma narrativa, expresada en la novela, en el ensayo sobre la multiplicidad, elemento que se relaciona de manera complementaria con lo que establece Luis Racionero en su bellísimo libro El genio del lugar. En el artículo titulado “Correspondencias” establece dos tipos de pensamiento: el lógico de causa y efecto, aristotélico, y el de la analogía, el isomorfismo y las correspondencias, leonardiano. Y explica que el pensamiento aristotélico es cuantitativo y se expresa en ecuaciones matemática, mientras que el leonardiano de sincronícidad es cualitativo y se expresa en imágenes simbólicas que comparan cada cosa con una de las demás en sí mismas, sin reducirla a unidad común, como en la metáfora. “Ahí está el trabajo, ahí la obra: conectar, siempre conectar, todo con todo; significativamente: imaginación”.
Multiplicidad calviniana y correspondencias leonardianas tienen la misma matriz: la ruptura de la lógica aristotélica; y la novela juega con múltiples causas con un solo efecto y viceversa. De igual manera, las conexiones que se dan en los libros son sistemáticos, sistémicos y unitarios, pues como dice Calvino “los libros modernos que más amamos nacen de la confluencia y el choque de una multiplicidad de métodos interpretativos, modos de pensar, estilos de expresión”.
Esta afirmación es corroborada y complementada por el mejor ensayista de la novela y novelista que aún pervive físicamente entre nosotros: Milan Kundera, quien dice que la épica se genera porque el lector se apropia y transforma las lecturas, mientras que la lírica está hecha para perdurar tal como fue escrita, entonces multiplicidad y correspondencia tienen la finalidad de aprehender el mundo, como Bouvard y Pécuchet y transformarlo, por ello existen novelas.
Ahora también, Calvino y Kundera abordan el tejido interno e íntimo de la red, no solo sus conexiones interior-exterior, sino interior-interior, por ello el pensamiento leonardiano, que rompe con causa-efecto, es abolido constantemente por las novelas que en su totalidad y entramado se constituyen en obras independientes como El Quijote, El Tristam Shandy o Mientras Agonizo.
En El Quijote, Cervantes funda un género basado en intercalar historias anexas y conexas que sirven para conocer a los diversos personajes con los que se encuentra en su recorrido por el mundo que debe arreglar.
En El Tristam Shandy, Sterne hereda la técnica novelística pero la transforma de manera tal que las historias intercaladas son interminables, pues el narrador nunca las concluye y abre una nueva ventana, al contrario de lo que su padre Cervantes hace, pues en El Quijote todas las historias llegan a ver el fin, mientras que Sterne marca su estilo con la permanente apertura de conexiones que disparan nuevas ad infinitud: multiplicidad y correspondencias.
Pero es Faulkner, quien en Los invictos ya nos anticipa lo que hará en Mientras agonizo, una ruptura de toda lógica causal y temporal, tan solo con el salto de puntos de vista en la narración pues el mismo hecho es confrontado desde múltiples voces que se corresponden.
En fin, la novela que, como dice Kundera, nació para asimilar y transformar un hecho, es el espacio que deja ver su tejido que a la vez construye una obra independiente o contribuye a erigir el edificio estético de un autor.
La poética reticular no solo establece nexos internos en el texto, sino que los conecta y configura la obra. Así, los verdaderos autores que han burlado al tiempo, son aquellos que como Zola, Balzac o Rulfo han configurado sus textos como verdaderas obras que construyen pirámides por las que seguirán pasando César con sus centuriones, Napoleón con sus mariscales, Hitler con sus panzers, unos cerrando y abriendo ventanas, como en El Quijote, otros tan solo abriéndolas como Sterne y los más audaces prestando las múltiples voces para narrar un hecho, como en los evangelios de Faulkner en Yokpanatawpa.

Friday, March 24, 2006

El “nuevo” medio y el escritor


La red, tal como la conocemos hoy, es relativamente joven, pero enfrentada a los procesos vertiginosos de innovación, difusión e invención tecnológicos, se puede afirmar que ya no es novedosa, pues la obsolescencia es una de las cualidades de este tiempo regido por la cultura desechable.
El avance tecnológico de nuestros tiempos se mide en pequeños lapsos y puede ser comparado tan solo con sus antecesores que tardaron décadas y siglos en ser modificados. Si no, tan solo remitámonos a la invención de los tipos móviles de la prensa de Gutenberg, que no se alteraron, fundamentalmente, sino hasta el siglo XX.
Hoy, inclusive, muchas imprentas en el centro histórico de la ciudad de Quito y en otras localidades del Ecuador mantienen los cajones con los tipos de plomo y los tipógrafos se encargan de armar las plantillas para facturas, recibos, notas de venta, recuerdos, esquelas y tarjetas.
La difusión y el acceso a la tecnología también han influido para que se atenúe este sentido desechable y fútil de las cosas. A mayor número de consumidores, los fabricantes necesitan vender más y de manera constante, por ello, las nuevas herramientas sustituyen a las anteriores y el equipo de hace tres o cuatro años tiene que ser reemplazado: windows 98 es el abuelo de windows XP.
Comparativamente, de acuerdo a la rapidez de la difusión y acceso de la población a las herramientas informáticas, la Red ya cuenta con tres generaciones que sienten a este medio como algo que siempre estuvo allí. Los más viejos no quieren recordar los tiempos de la máquina de escribir, los jóvenes se divierten mucho cuando encuentran un monitor monocromático y los más niños no conciben su vida sin un artefacto informático, digital de mano, con el cual puedan navegar, escribir mensajes y hablar de manera instantánea.
Entonces, Internet, que se inició como un proyecto de comunicación entre computadoras llamado ARPANET, ya no es nuevo y se debe erradicar el término de nueva tecnología, pues para muchos habitantes de este planeta la Red es algo con la que nacieron o crecieron, entonces no es ninguna novedad.
Ni siquiera el navegador o “browser” creado por el británico Timothy Berners Lee es una novedad, aunque tan solo tenga una década y más de uso.
Pero al Ecuador del siglo XVII, la imprenta llegó con dos siglos de diferencia desde su invención y lo mismo ocurrió con la radio, el cinematógrafo y la televisión. Asimismo, las computadoras fueron, hasta finales de 1990, aparatos sofisticados, extraños y caros.
Desde mediados de la última década del siglo pasado, la computación se difundió de manera sorprendente y muchos ecuatorianos inundaron las escuelas de ingeniería de sistemas y poco a poco las máquinas de escribir, eléctricas y mecánicas, fueron guardadas como reliquias y antigüedades que decoran las salas de algunas residencias.
La navegación en la Red es algo cotidiano y permanente, pero Internet no es solo eso. La Red fragmentada, complementaria y total existió mucho tiempo antes de que las dos computadoras fueran conectadas entre sí y crearan ARPANET.
Internet es, antes que nada, una forma de comprender el mundo como un gran mosaico con sus piezas entrelazadas e independientes, cruzadas, autónomas y complementarias a la vez. Una pieza nos remite a la totalidad y por medio de ella accedemos a la obra, constituida por esas pequeñas piezas. Es decir, existen distintas entradas o accesos a la totalidad.
La mejor similitud de lo que es Internet, se expresa en el símbolo de la biblioteca laberíntica en la obra borgeana, retomado por Umberto Eco en El nombre de la rosa.
Borges estuvo acosado por el minotauro y su vivienda laberíntica: una construcción organizada y compleja con diversas entradas y salidas, con caminos entrelazados, entrecruzados y bifurcados, eternos, interminables, y sin lo más importante: un centro.
En su poema titulado Laberinto, Borges escribe estos versos:

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro.

Todo está comunicado, ningún elemento es más importante ni imprescindible porque construye una totalidad a la que se puede acceder desde cualquier punto, no necesariamente desde un centro que la configura, sino desde los goznes, junturas, nodos o uniones entre sí.
Internet es como la vida: segmentada, con enlaces, cruces y entradas, sin un centro definido. En la Red se puede jugar con la bifurcación y las entradas, es decir, se crean múltiples itinerarios que desembocan en ese mar de palabras, ideas y sensaciones al que el escritor quiere que su lector llegue.
La escritura no es otro trabajo que establecer y trazar caminos: largos, cortos, tortuosos, plácidos, directos, con desvíos, en los cuales el lector se deja llevar para poder comprender y disfrutar del texto en su totalidad, como mensaje y como andamiaje discursivo.
Para los estudiosos de la escritura hipertextual en soportes multimedia, la Internet es el medio ideal para que el escritor desarrolle toda su capacidad de encantador y fascinador, como lo fue Scherezade, pues con las herramientas digitales, el lector confía y se deja llevar por los caminos propuestos hacia el desenlace de una historia. Pero, ¿la literatura no ha hecho esto desde Homero hasta nuestros días? Sí y no ha necesitado de computadores ni de hipertextos. Los cultores de la tecnología son apocalípticos radicales que ven en los nuevos dispositivos y herramientas informáticas el fin de los orígenes y de la tradición de la narrativa.
Tan solo basta recordar a McLuhan y su propuesta de que los medios tecnológicos de comunicación son extensiones del cuerpo humano, por lo cual el hipertexto no es más que una prolongación del cerebro para realizar consultas y relacionar términos, conceptos e ideas.
En los textos hipertextuales y multimedia, el autor es quien decide lo que se debe consultar o asociar, mientras que en un libro impreso el lector realiza las conexiones mentales, crea y transforma lo propuesto por el autor que ha disparado el dispositivo de la evocación y ha provocado sensaciones en su cerebro.
Un discurso hipermedia e hipertextual y uno impreso son distintos; el primero no genera sensaciones y la apropiación y transformación del texto que realiza el lector no es igual, ya que un manual o un diccionario, que son estructurados de manera no lineal y que contienen entradas tabulares y aleatorias, configuran a las historias hipertextuales en la red, ya sean de ficción, informativas o expositivas, son entrópicos, mientras que una novela anula la entropía que consume a los organismos que pertenecen a una red y la ordena. Es decir, lo que ha sido estructurado como hipertextual e hipermedia llega a tener un desgaste interno y alcanza finitud temporal, lógica y de significado, pues la selección y combinación se agotan en la programación mecánica de probabilidades y algoritmos, mientras que un texto artístico es infinito en interpretación y futuras lecturas.
Un escritor debe consolidar una poética relacionada con la totalidad que representa la Red, desde y en la que se pueda acceder desde cualquier nodo o elemento constituyente de la obra, conformada por unidades totales, significativas y complementarias, como un verdadero sistema reticular narrativo y de significado.
Borges logró concebir una narrativa en red expresada en cuentos y ensayos, no en la novela, porque su poética radica en la complementariedad de los géneros, que tienen conexiones –enlaces, nodos– entre sí: cuentos, poemas, ensayos y conferencias, crean una totalidad a la cual se puede acceder desde cualquier texto, ya sea lírico, narrativo, ensayístico o expositivo.
Así, entonces, Borges es un ejemplo de lo que es el verdadero escritor: quien piensa su obra desde la totalidad, constituida por particularidades complementarias y autónomas.
La poética es, entonces, un cuerpo geométrico con infinidad de facetas desde donde se puede acceder a su interior, constituido y configurado por elementos coordinados y progresivos, jerárquicos y alternativos, a la vez
La Red existió siempre y los verdaderos escritores piensan en ella, la estructuran y luego crean las particularidades que se conectarán entre sí. Tan solo la escritura artística genera esta red que no se agota ni se consume internamente hasta extinguirse.
Desde cuando los hombres se sentaban en torno a la hoguera para compartir experiencias o para ensalzar a sus héroes, la narrativa ha establecido una red con saltos temporales y con estructuras que mimetizan la naturaleza y la realidad. Es así que el “nuevo” medio no es ninguna novedad para el escritor que piensa y estructura su obra de manera reticular.

Introducción


La historia de la humanidad está marcada por las huellas que las distintas civilizaciones han dejado a lo largo del tiempo y esas huellas pueden ser leídas en piedras, en fibras vegetales, en cera y en pieles, hasta que el ser humano encontró un soporte liviano, manejable y que ocupa poco espacio: el papel.
Este soporte, extraído de la fibra vegetal, ha sido utilizado durante muchos siglos y lo seguirá siendo por muchos más, pues junto con la tinta es una de las mejores iniciativas del ser humano que, apilada una con otra, integra los volúmenes que conocemos con el nombre de libro, el mejor aparato tecnológico que no morirá ni perderá vigencia.
Los soportes en donde se pinta, se marca o se raya una palabra son múltiples y diversos, y ahora, virtuales. Con una máquina y un teclado, ya no rayamos, ya no marcamos ni pintamos letras, pero escribimos.
Esta actividad, la de la escritura, ha cambiado mucho como lo ha hecho el lenguaje, debido a los soportes en los que leemos los mensajes: las palabras grabadas en las lápidas o en los frontones de los edificios, las que leemos en los grafitos de las paredes, las que leemos en los carteles que se superponen en las paradas de buses o las que están en nuestros cuadernos, libros, folletos y las que leemos en la Red.
La palabra es un elemento maleable y si se adapta al soporte cumple con su efecto y el mensaje es eficaz.
Los escritores siempre han tenido que buscar las palabras adecuadas y las líneas exactas para plasmar su mensaje en determinado soporte: la piedra, la piel animal, el papel, y ahora: la pantalla.
Con la radio, los escritores tuvieron que adaptar sus historias para una audiencia que los escuchaba, con el cine y la TV, ese mismo escritor se introdujo en el mundo de la narrativa con imágenes, pero nunca abandonó a los tercos lectores que prefieren ver una letra junto a otra.
Ahora, con las nuevas tecnologías, los escritores tienen que adaptar sus historias y ser guionistas de radio, de cine, de TV y, además no olvidar escribir para lectores tradicionales.
Y es que los nuevos formatos, principalmente los cederoms y las páginas web, integran todas las formas que conocemos para comunicar un mensaje: audio, texto, video, imagen fija y en movimiento, y el escritor tiene que saber cómo manipular cada uno de estos elementos para elaborar una historia sólida y entretenida.
El ser humano que se dedica al oficio de escribir es la mejor “máquina” selectiva y combinatoria para producir sensaciones y generar pensamiento en los lectores, quienes repetirán y transformarán lo leído en nuevas formas de expresión artística y en renovadas posturas intelectuales.
Un buen escritor es aquel que sabe dosificar la información dentro de un texto, sea informativo, expositivo o de ficción; pues su fin último es ser leído-consumido, pero esa lectura-consumo no se agota en sí misma con el punto final que puso el autor, sino que al contrario, es el inicio de una mejor lectura, la personal, en la que intervienen la transformación y la apropiación.
Los nuevos medios que han surgido a lo largo del siglo pasado y los que se presentarán en la presente centuria exigen una especialización del escritor, pero este nuevo escritor nace de la matriz tradicional e inmutable de lo clásico: del cuento, de la poesía, de la dramaturgia y de la novela, escritos y leídos en libros; de lo contrario será un mero escribiente que terminará por aniquilar a la palabra y al medio en el que se desarrolla.
El nuevo escritor es un hombre o mujer que una vez cultivado en la tradición de la palabra puede saltar hacia el dominio de nuevos espacios textuales en donde deberá adaptar su mensaje a los soportes destinados a ser leídos en la pantalla de un computador, nada más alejado a la maleabilidad del papel, a la textura de la piedra y a la consistencia de la piel animal.
Aunque la tecnología avanza de manera vertiginosa y cada vez los soportes son más livianos, ninguno se equipara con el libro, el más duradero en la historia de la escritura y en la memoria de la civilización, por ello los textos impresos son los mejores enlaces que generan creatividad y pensamiento.