Friday, March 24, 2006

El “nuevo” medio y el escritor


La red, tal como la conocemos hoy, es relativamente joven, pero enfrentada a los procesos vertiginosos de innovación, difusión e invención tecnológicos, se puede afirmar que ya no es novedosa, pues la obsolescencia es una de las cualidades de este tiempo regido por la cultura desechable.
El avance tecnológico de nuestros tiempos se mide en pequeños lapsos y puede ser comparado tan solo con sus antecesores que tardaron décadas y siglos en ser modificados. Si no, tan solo remitámonos a la invención de los tipos móviles de la prensa de Gutenberg, que no se alteraron, fundamentalmente, sino hasta el siglo XX.
Hoy, inclusive, muchas imprentas en el centro histórico de la ciudad de Quito y en otras localidades del Ecuador mantienen los cajones con los tipos de plomo y los tipógrafos se encargan de armar las plantillas para facturas, recibos, notas de venta, recuerdos, esquelas y tarjetas.
La difusión y el acceso a la tecnología también han influido para que se atenúe este sentido desechable y fútil de las cosas. A mayor número de consumidores, los fabricantes necesitan vender más y de manera constante, por ello, las nuevas herramientas sustituyen a las anteriores y el equipo de hace tres o cuatro años tiene que ser reemplazado: windows 98 es el abuelo de windows XP.
Comparativamente, de acuerdo a la rapidez de la difusión y acceso de la población a las herramientas informáticas, la Red ya cuenta con tres generaciones que sienten a este medio como algo que siempre estuvo allí. Los más viejos no quieren recordar los tiempos de la máquina de escribir, los jóvenes se divierten mucho cuando encuentran un monitor monocromático y los más niños no conciben su vida sin un artefacto informático, digital de mano, con el cual puedan navegar, escribir mensajes y hablar de manera instantánea.
Entonces, Internet, que se inició como un proyecto de comunicación entre computadoras llamado ARPANET, ya no es nuevo y se debe erradicar el término de nueva tecnología, pues para muchos habitantes de este planeta la Red es algo con la que nacieron o crecieron, entonces no es ninguna novedad.
Ni siquiera el navegador o “browser” creado por el británico Timothy Berners Lee es una novedad, aunque tan solo tenga una década y más de uso.
Pero al Ecuador del siglo XVII, la imprenta llegó con dos siglos de diferencia desde su invención y lo mismo ocurrió con la radio, el cinematógrafo y la televisión. Asimismo, las computadoras fueron, hasta finales de 1990, aparatos sofisticados, extraños y caros.
Desde mediados de la última década del siglo pasado, la computación se difundió de manera sorprendente y muchos ecuatorianos inundaron las escuelas de ingeniería de sistemas y poco a poco las máquinas de escribir, eléctricas y mecánicas, fueron guardadas como reliquias y antigüedades que decoran las salas de algunas residencias.
La navegación en la Red es algo cotidiano y permanente, pero Internet no es solo eso. La Red fragmentada, complementaria y total existió mucho tiempo antes de que las dos computadoras fueran conectadas entre sí y crearan ARPANET.
Internet es, antes que nada, una forma de comprender el mundo como un gran mosaico con sus piezas entrelazadas e independientes, cruzadas, autónomas y complementarias a la vez. Una pieza nos remite a la totalidad y por medio de ella accedemos a la obra, constituida por esas pequeñas piezas. Es decir, existen distintas entradas o accesos a la totalidad.
La mejor similitud de lo que es Internet, se expresa en el símbolo de la biblioteca laberíntica en la obra borgeana, retomado por Umberto Eco en El nombre de la rosa.
Borges estuvo acosado por el minotauro y su vivienda laberíntica: una construcción organizada y compleja con diversas entradas y salidas, con caminos entrelazados, entrecruzados y bifurcados, eternos, interminables, y sin lo más importante: un centro.
En su poema titulado Laberinto, Borges escribe estos versos:

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro.

Todo está comunicado, ningún elemento es más importante ni imprescindible porque construye una totalidad a la que se puede acceder desde cualquier punto, no necesariamente desde un centro que la configura, sino desde los goznes, junturas, nodos o uniones entre sí.
Internet es como la vida: segmentada, con enlaces, cruces y entradas, sin un centro definido. En la Red se puede jugar con la bifurcación y las entradas, es decir, se crean múltiples itinerarios que desembocan en ese mar de palabras, ideas y sensaciones al que el escritor quiere que su lector llegue.
La escritura no es otro trabajo que establecer y trazar caminos: largos, cortos, tortuosos, plácidos, directos, con desvíos, en los cuales el lector se deja llevar para poder comprender y disfrutar del texto en su totalidad, como mensaje y como andamiaje discursivo.
Para los estudiosos de la escritura hipertextual en soportes multimedia, la Internet es el medio ideal para que el escritor desarrolle toda su capacidad de encantador y fascinador, como lo fue Scherezade, pues con las herramientas digitales, el lector confía y se deja llevar por los caminos propuestos hacia el desenlace de una historia. Pero, ¿la literatura no ha hecho esto desde Homero hasta nuestros días? Sí y no ha necesitado de computadores ni de hipertextos. Los cultores de la tecnología son apocalípticos radicales que ven en los nuevos dispositivos y herramientas informáticas el fin de los orígenes y de la tradición de la narrativa.
Tan solo basta recordar a McLuhan y su propuesta de que los medios tecnológicos de comunicación son extensiones del cuerpo humano, por lo cual el hipertexto no es más que una prolongación del cerebro para realizar consultas y relacionar términos, conceptos e ideas.
En los textos hipertextuales y multimedia, el autor es quien decide lo que se debe consultar o asociar, mientras que en un libro impreso el lector realiza las conexiones mentales, crea y transforma lo propuesto por el autor que ha disparado el dispositivo de la evocación y ha provocado sensaciones en su cerebro.
Un discurso hipermedia e hipertextual y uno impreso son distintos; el primero no genera sensaciones y la apropiación y transformación del texto que realiza el lector no es igual, ya que un manual o un diccionario, que son estructurados de manera no lineal y que contienen entradas tabulares y aleatorias, configuran a las historias hipertextuales en la red, ya sean de ficción, informativas o expositivas, son entrópicos, mientras que una novela anula la entropía que consume a los organismos que pertenecen a una red y la ordena. Es decir, lo que ha sido estructurado como hipertextual e hipermedia llega a tener un desgaste interno y alcanza finitud temporal, lógica y de significado, pues la selección y combinación se agotan en la programación mecánica de probabilidades y algoritmos, mientras que un texto artístico es infinito en interpretación y futuras lecturas.
Un escritor debe consolidar una poética relacionada con la totalidad que representa la Red, desde y en la que se pueda acceder desde cualquier nodo o elemento constituyente de la obra, conformada por unidades totales, significativas y complementarias, como un verdadero sistema reticular narrativo y de significado.
Borges logró concebir una narrativa en red expresada en cuentos y ensayos, no en la novela, porque su poética radica en la complementariedad de los géneros, que tienen conexiones –enlaces, nodos– entre sí: cuentos, poemas, ensayos y conferencias, crean una totalidad a la cual se puede acceder desde cualquier texto, ya sea lírico, narrativo, ensayístico o expositivo.
Así, entonces, Borges es un ejemplo de lo que es el verdadero escritor: quien piensa su obra desde la totalidad, constituida por particularidades complementarias y autónomas.
La poética es, entonces, un cuerpo geométrico con infinidad de facetas desde donde se puede acceder a su interior, constituido y configurado por elementos coordinados y progresivos, jerárquicos y alternativos, a la vez
La Red existió siempre y los verdaderos escritores piensan en ella, la estructuran y luego crean las particularidades que se conectarán entre sí. Tan solo la escritura artística genera esta red que no se agota ni se consume internamente hasta extinguirse.
Desde cuando los hombres se sentaban en torno a la hoguera para compartir experiencias o para ensalzar a sus héroes, la narrativa ha establecido una red con saltos temporales y con estructuras que mimetizan la naturaleza y la realidad. Es así que el “nuevo” medio no es ninguna novedad para el escritor que piensa y estructura su obra de manera reticular.

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